Cuando en nuestro país, como en el resto del mundo, se está registrando un aumento de las enfermedades no transmisibles como la obesidad y enfermedades crónicas, cobra especial significado resaltar los efectos preventivos y de protección que tiene la leche materna contra estos males.
Décadas atrás cuando pensábamos en obesidad, la preocupación se centraba en los adultos, sin embargo, hoy observamos que el problema se inicia en etapas tempranas y su prevalencia aumenta en el transcurso de la vida: el 12,3 % de los niños uruguayos menores de 4 años presenta sobrepeso u obesidad (ENDIS, 2018) y al llegar a la etapa escolar el problema afecta a 4 de cada 10 niños, el 22% tiene sobrepeso y un 17,4% obesidad. (ANEP, 2019). Cuando esta afectación se da en los menores de 2 años, se asocia como principal riesgo el incremento o la ganancia acelerada de peso a lo largo de la vida de la persona.
Si bien la superioridad nutricional de la lactancia materna y la protección que confiere frente a enfermedades infecciosas es bien conocida desde hace ya mucho tiempo, la evidencia científica en torno a su efectividad en cuanto a la protección contra enfermedades crónicas no transmisibles ha ido en aumento. Por ejemplo, se ha visto que la prolongación de la lactancia materna podría reducir en un 13% las probabilidades de desarrollo de sobrepeso u obesidad y en un 35% la incidencia de Diabetes Tipo 2.
Son varios los factores o las características que tiene la leche materna y explican este efecto protector; uno de ellos es la “especificidad” de la sustancia: la leche materna es considerada un fluido vivo, es decir que es imposible de imitar, y está hecha en relación a las necesidades del bebé que, a su vez, tiene todo lo necesario para sacarle el máximo provecho a su alimento. Cada niño y la leche de su madre, como parte de una misma especie, vienen con la “programación” necesaria para sacar el máximo provecho al amamantamiento.
La lactancia promueve la autorregulación del niño en su alimentación, tanto en volumen de leche ingerida como en frecuencia de tomas; mientras que los bebes alimentados a biberón tienden a adaptarse a las rutinas de las familias, con horarios fijos y tomas de mayor volumen. Todo esto se refleja en una ganancia de peso más lenta por parte de los lactantes amamantados y así se vincula con una de las características protectoras de la leche materna en relación a la obesidad.
Otro factor que estudios científicos asocian a la obesidad es el mayor consumo de proteínas, lo que no se constata en los bebés que amamantan, mientras que sí se observa en ellos una mayor aceptación a la variedad de alimentos en las etapas posteriores de crecimiento, lo que necesariamente contribuye las bases para luego mantener una dieta más balanceada y saludable el resto de la vida.
Por todas estas razones sanitarias explicadas es que la lactancia materna es una de las prácticas más prometedoras para hacer frente al creciente problema de obesidad y las enfermedades crónicas. Por esto es que se debe promover y apoyar que los niños puedan amamantar durante los primeros seis meses de vida, complementada luego con alimentos adecuados incluidos en el momento oportuno. De esta forma los beneficios en la salud del niño serán tanto a corto como a largo plazo, por el resto de su vida.
Fuente: Ministero de Salud Pública
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